Fisura/Injerto


“A Moya le duele El Salvador como le dolía a su compatriota Roque Dalton”

Provengo del país más pequeño del continente, El Salvador; así como menciona Roque Dalton en su Poema de Amor “los que nunca sabe nadie de donde son”, estando en La Paz y conociendo un poco de El Alto; esto me hace pensar de dónde vengo. Historias atravesadas por la pérdida y las ausencias, violencia y muerte que a pesar que en el vivir inmediato no se sienten tan cerca, cada uno de estos momentos me ha traído hasta donde estoy y me ha marcado en quien soy. Mis primos fueron asesinados muy jóvenes por problemas con los inicios de las pandillas, mi abuela fue víctima de una bala perdida a la que sobrevivió por suerte, mi tía cruzó ilegal la frontera para buscar más oportunidades, mi padre ha vivido ilegal por casi 30 años sin la posibilidad de volvernos a ver hasta la fecha, mi familia vivió estando yo pequeña la pérdida de una casa por un terremoto y siendo adulta he vivido la noticia de desalojo en la que tenes 24 horas para irte del lugar donde vivís, llevarte tus cosas, resolver donde pasar esa noche y buscar un nuevo lugar. He vivido y a veces siento que vivo la incertidumbre constantemente y que es algo que me acompaña en mi historia.

Soy salvadoreña, soy mujer, soy migrante.

A pesar de que las decisiones de mi vida, han sido hasta cierto punto decididas y por opción, la necesidad de salir de mi país ha estado siempre presente, así como el peso de las categorías que me marcan desde mi contexto.

Habemos muchos salvadoreños en la diáspora y cada experiencia es diferente, en contextos diferentes y desde orígenes diferentes. Viviendo fuera de mi país mi imaginario ha estado acompañado de los sentires de otros salvadoreños, amigues muy cercanos lidiando con los estigmas de cada uno y el acompañamiento que he sentido es, en esa misma incertidumbre que nos une y nos atraviesa y nos hace alzar la voz y vivir en constantes cuestionamientos. Ser salvadoreño para mi no es nada parecido a vivir en paz. Desde mi, conocerme no viene como algo fácil, es más fácil conocerme en el tiempo, desde mis crisis, preguntas y desde el proceso de mi trabajo que es donde he encontrado el mejor medio para hablar de lo que soy, siento, reflexiono y cuestiono.

Quiero que conozcan un poco de donde vengo y de mi historia porque la mayoría del tiempo me siento así, me siento fuera de lugar y en la eterna necesidad de solucionar todas las circunstancias y trabas que pone Latinoamérica y ni digamos las que pone Estados Unidos u otros países mas importantes que nosotros.

Al llegar a La Paz me encontré con una ciudad con altas pretensiones de ser ciudad, al llegar a El Alto encontré a esa otra parte negada por su misma gente; en medio de eso, encontré Alasitas con sus miniaturas, con una inmensa cantidad de posibles deseos contenidos en la feria y sus vendedores, con la gente llegando a buscar sus deseos y anhelos. Con una construcción de pensamiento desde la siembra de una semilla, como el inicio de un proceso de trabajo que busca la cosecha y la obtención de un resultado no por méritos sino por trabajo, un poco de magia y toda la fuerza de creencias mucho más interesantes que las religiones impuestas por la colonia.

Con la construcción de esta ciudad me veo y me entiendo en mi deseo de construir cada una de estas ciudades, comunidades y patrias en cada lugar al que llego y en el que estoy, la convivencia, las amistades y las conexiones que se construyen. Soy migrante y mi anhelo es esta construcción constante, acompañada de la incertidumbre que me rodea expandiendo estas comunidades y que se vayan conmigo en mi imaginario de afectos.

Construyo el esqueleto de mi ciudad, mi comunidad y mis patrias como una base de posibilidades infinitas donde también es un dibujo, un paisaje, una maqueta que puedo compartir para proponer esas construcciones desde los imaginarios propios de cada uno.

Parto desde el vacío y en este caso una posición creadora, para unir ladrillos para formar estructuras y estructuras para formar ciudades; y desde ahí entrego mi propuesta y mis preguntas: ¿qué nos hace realmente habitar un espacio? que nos hace dejar una huella de vida? ¿Cuál es la prueba de que estamos habitando, de que estoy habitando con mi vida y con mi existencia? ¿Qué sucede con la vida y el habitar y el habitarnos nosotros mismos después de las distancias y los vacíos enormes y aplastantes que vivimos?

Por otro lado, la muerte es una figura que como mencionaba ha estado en mi historia y mi contexto, pero a pesar de eso siempre he considerado que nadie puede prepararse realmente para enfrentarse a ella, a la propia y la de los demás. Mi abuela desde que recuerdo menciona unos dichos “todo tiene solución en la vida menos la muerte” y “lo único que tenemos seguro en la vida es la muerte”; crecí con esas frases en mi imaginario y crecí dentro de una religión que me enseñaba que “morir es ganancia”; la muerte ha sido esta figura ambigua.

Al crecer, al ver mi realidad y mi contexto la muerte me interesó como una ausencia, la primera y más cercana que conocemos y entendemos de primera mano como la falta de presencia de alguien, como una pérdida o un cierto tipo de despojo. A partir de esto surge mi acercamiento y mi curiosidad, quiero conocer lo más que pueda, quiero ver lo más que pueda de estos procesos sociales y mentales, estar cerca de los restos de una persona, verlos desde la resignificación y revaloración para estar más consciente, para tratar de entender más, para estar “preparada”.